Ser algo, llegar a ser alguien. Ése es nuestro plan.
Sí, se trata de conseguir algo,
algo importante. Cuanto más grande mejor. Desde que aprendemos a razonar soñamos con llegar arriba, lo más alto posible. Tocar el cielo. Construir algo y ser recordado. ¿De esto
trata todo, verdad? Dejar huella y lograr que haya merecido la pena nuestra
estancia aquí.
Espero que hasta aquí estés de
acuerdo, y si es que sí, a partir de aquí la cosa se complica.
Todos queremos permanecer aquí
más tiempo del que nos corresponde, y no queremos ser olvidados.
Lo que yo cuestiono seriamente
es: ¿Realmente hace falta llegar a ser alguien para esto?
¿Trabajando duro es el camino?
Trabajar. Ascender. Subir hasta llegar a la cima. Ser la punta de una pirámide. Crear
un gran (pequeño) imperio. Tener dinero y bienes. Tener autoridad. Tener fama. Tener el reconocimiento de los demás del propio éxito. ¿A esto le llamamos llegar a
ser alguien, verdad?
Sí, yo creo que sí. Por eso he
decidido probar otra cosa: no llegar a ser nada. No quiero ser nadie. Quiero
ser un auténtico “don nadie”. Y, manteniendo mi identidad nula, levantar un
imperio invisible. No quiero tener nada que ver con dinero y materiales. Quiero
vivir en un mundo de sentimientos, un mundo de sueños. Donde el bienestar valga
más que el dinero. Compartir esa sensación, infectar a los que me rodean con
esa idea y hacer que se expanda como un virus.
Quiero ser el viento que sientes
en el cabello, que te hace sentir un ligero escalofrío al rozar tu nuca, te
susurra algo al oído y desaparece porque dejas de fijarte en que está ahí.
Quiero hablarte y no me importa que no me entiendas.
Se trata de intentar. Luchar por la propia causa. Yo aún no tengo claro lo qué estoy construyendo, pero ya irá cogiendo forma... Paciencia.